"El pueblo no deberá temer a sus gobernates. Los gobernantes deberán temer al pueblo"
Todos llevamos un gen revolucionario en nuestro interior. La cuestión es si ese gen se activa con la frecuencia oportuna, si las personas que lo portamos nos encargamos de su mantenimiento o por el contrario sabemos que habita en algún recóndito lugar de nuestro ser y en estado de oxidación. También es interesante saber si este gen se activa con la misma intensidad cuando pisan mi juanete como cuando pisan en pie ajeno. Es fascinante poder observar el potencial energético liberado cuando muchas personas se juntan para defender sus legítimos intereses, cuando en medio de tanto calor y bochorno entran bocanadas de aire fresco que refrescan el ambiente, oxigenan nuestras mentes y refrigeran nuestra mustia dignidad de ciudadanía. Es cierto que la protesta es incipiente, que las expectativas se han visto desbordadas, que cuesta poner un rumbo nuevo con otras cartas de navegación, que el timón lo llevamos todos, que tal vez no se sepa donde se quiere llegar, pero al menos sabemos lo más importante: como no queremos llegar a ningún lugar; y con esta premisa ya hay mucho camino recorrido. Todavía hay personas que siguen buscando fantasmas donde no los hay, donde parece que si no hay patrón no hay orden, donde todo tiene que estar regido por las leyes del mercado y para los que es inconcebible que esta “movida” no tenga dueño. Espero y deseo que esto sólo sea el principio, que la calle vuelva a recobrar el protagonismo que le fue robado, que nos sigamos nutriendo de la sabiduría de los chavales nonagenarios que nos han despertado la conciencia, que nos arrimemos a los gurús cuyas predicciones sean más sociales que económicas. Que no nos avergoncemos de los problemas pero sí de evitarlos y haciendo creer que aquí no pasa nada hasta que nos enseñan la factura de la fiesta que acabamos pagando los de siempre. Que no se puede robar a espuertas y ser ciudadano ejemplar a la vez, que esta balanza está trucada y nos acabamos de dar cuenta, que los derechos sociales o son ejercidos o no son y que la dignidad de las personas está por encima de cualquier balance económico. Como toda buena revolución tiene que estar dotada de símbolos, recordemos el pañuelo blanco de las madres de plaza de mayo en Argentina, los claveles en los fusiles que en 1974 acabó en Portugal con la dictadura salazarista, o más recientemente con la revolución de los jazmines de Túnez que a modo de despertador planetario nos hizo madrugar para plantarle cara a la sinrazón de gobernantes sin escrúpulos. Nosotros hemos optado por las tiendas en las plazas y las pancartas con lemas tan originales como realistas. Pero permitidme que mi emblema revolucionario por excelencia siga siendo el cuadro de Eugène Delacroix “la libertad guiando al pueblo” y las palabras que el propio pintor dijo en 1830 al terminar el cuadro: “....He emprendido un tema moderno, una barricada, y si no he luchado por la patria, al menos pintaré para ella”. Pues esta es la gran incógnita que está por resolver: qué papel pintaremos todos nosotros en este gran lienzo que ya se ha empezado a pintar.
Toño Villalón
* Va por ti abuela que con tus 100 años pudiste ver lo mejor y lo peor de este rejodido mundo.
