La insistencia de los críos era proporcional a la ternura de la madre. Ésta les hizo permanecer a una prudente distancia de la cocina mientras preparaba la cena. Los niños tenían hambre a juzgar por las innumerables y repetitivas preguntas sobre cuando estaría cocinada la comida. La madre movía y movía insistentemente el puchero mientras un ligero humo se iba evaporando lentamente, lo que justificaba que el guiso tardara un poco más de lo normal. Los niños cantaron y esperaron pacientemente, pero la frase de la madre: “…esperad un poco, pronto estará listo”, cada cierto tiempo resonaba como un bálsamo para calmar la famélica ansiedad de sus hijos. Siguieron esperando y esperando y tanto esperaron que acabaron durmiendo. En ese instante la madre los miró y lloró desconsolada pues su cruel y justificada estrategia dio el resultado perseguido. Sacó las piedras y las ramas de la vieja, ennegrecida y pequeña cacerola postrada sobre el fuego, miró hacia el cielo y pensó si mañana la vida será un poco más benigna para los más pobres de Etiopía.
Toño Villalón
este guiso está basado en hechos reales
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